El tiempo y las experiencias vividas en aguas profundas suelen ser, para los que no somos marinos, algo digno de fascinación...
El solo hecho de preguntarnos, entre nuestra mente y la almohada, sobre cómo sería pasar una noche serena y estrellada en altamar, o, como contrapartida, atravesar una feroz tormenta, es digno de la mayor de las incógnitas.
Mucha incertidumbre, pero poquísima certeza.
Me recuerda que hace más de treinta años, leí un artículo publicado en una revista (de la cual yo era muy adepto y regular lector) acerca de una curiosa entrevista a un experimentado marino irlandés, llamado Jerome Wallace, quien recorrió los siete mares del mundo a bordo del "Praga" su viejo y gallardo velero.
En esa entrevista, relataba lo ocurrido en la madrugada del 24 de Febrero de 1985, poco después de haber abandonado el puerto de Fort Lauderdale, Florida, E.E.U.U.
En cierto momento de esa travesía, Wallace nos cuenta que el barco experimentaba una brutal sacudida, tal como si hubiera encallado en un banco de arena, escorando muy peligrosamente hacia la banda de estribor. Aterrorizado, en medio de altas olas que surgían, inexplicablemente, de un mar calmo, vio algo así como un monstruoso tentáculo de unos 15 metros de largo, enroscándose a lo largo del mástil de la sufrida nave. Los chirridos de las amuras y el ruido del maderamen del navío quebrándose eran espantosos.
De pronto, ya en un paroxismo de terror, vio cómo un segundo brazo de esa bestia descomunal, ésta vez de color perla, emergía del agua y pasaba sobre la borda. Delante de la proa, alcanzó a divisar el enorme bulto de una cabeza de pulpo, o algo así...
Hacha en mano, Wallace cercenó de un solo golpe el primer tentáculo, lo cual hizo que la gigantesca criatura abandonara el barco, para regresar a los vastos fondos abisales, de donde provenía, envuelto en una nube de vapor oscuro.
Esa noche, a Jerome Wallace, el pelo se le volvió completamente blanco para siempre.