2016 trajo la misma escena. Dos vidas cruzadas por décadas, acompañándose en silencio. Esas imágenes no decían mucho… hasta que dejaron de repetirse.
En 2017, algo se rompió: él ya no estaba. Ella sí. Y aunque seguía sentada en la misma banqueta, su soledad era imposible de ignorar. Se quedó ahí… como si esperara que el tiempo diera marcha atrás.
Para 2018, la puerta parecía más abierta que nunca… y sin embargo, nadie salía de ella. Ella ya no miraba al frente, sino al vacío. El tipo de vacío que solo conocen quienes han perdido a quien era su todo.
En 2020, la cámara la captó una vez más. Más delgada. Más frágil. Pero firme y tenaz. Como si cada año esperara que, con suerte, él regresara con la siguiente toma.
2021 fue diferente. Ella parecía más pequeña, casi fundida con la silla. El amor puede sostenernos muchos años, pero el cuerpo, tarde o temprano, se rinde.
En 2022, ya no había nadie. Solo la puerta cerrada. Quizá por fin se reencontraron. Quizá la espera terminó...
2024 mostró las obvias y tristes señales del olvido: Las sillas apiladas, La pintura raída... Como si la casa también estuviera de luto.