domingo, 30 de enero de 2022

UN TRUCO DE LA GALERA


 

Cansado ya de su vida en la Ciudad de Oro,
Un dia decidió marcharse en silencio, sin avisar a nadie.
Atrás habían quedado las torres de su ciudad, esas que habia conocido cuando niño.
Y se fue solo, con su sueño detrás, el que habia alimentado durante toda su vida.
Se abrió paso por el vasto camino hacia las afueras de su pueblo, cruzando sus puertas,
Buscando a alguien con quien compartir su vida.
Aunque no sabía que eso era imposible:
Todo el mundo allá afuera lo contemplaba con extrañeza!
Lloró cuando fue arrastrado y metido en una jaula con un letrero de madera, "BESTIA QUE PUEDE HABLAR" se leía en él.
Esas extrañas criaturas empujaban la jaula, golpeaban sus barrotes, exigiéndole a viva voz que volviera a contar su historia, una y otra vez,
Aunque siempre fuera cuestionada.
Pero pronto se aburrieron de su presa.
"Una bestia que puede hablar?" decían.
"Que es esto, una rareza o un simple ardid publicitario?"
Una noche, decidido, rompió la puerta de su jaula y escapó.
Mientras se alejaba, tomó por el pescuezo a una de las extrañas criaturas, 
Y mirándolo fijamente a los ojos, señaló al horizonte, diciéndole:
"Allí, mas allá de los confines de tu débil y limitada imaginación humana, 
Descansan, deslumbrantes, las nobles torres de mi Ciudad de Oro."
"Déjame llevarte conmigo. Te voy a enseñar muchas historias vivientes."
"Deja que te muestre a otros seres como yo, y te contaré el por qué de mi travesía. Verás que no querrás irte jamás..."
Y así empredieron nuevo viaje juntos, la criatura humana con la bestia que puede hablar,
El primero, contemplando los cuernos y la cola de éste último,
Y escuchando la loca descripción de lo que era su hogar.
Luego de muchos dias de viaje, llegaron a la cima de un monte,
Donde la bestia miraba con desesperación a todos lados, aullando y llorando.
Trató de calmarse, intentando aguzar su visión,
Cuando creyó divisar la cúpula de un capitolio, por supuesto, hecha de oro... Pero no.
Sólo era una ilusión óptica.
Eso era todo...
Volteó para observar a su compañero, pero la criatura humana había huído.
Estaba solo.
Entonces, bajó la colina muy lentamente,
Restregando las lágrimas de sus cansados ojos.
Imaginando relatar a sus pares lo vivido:
"Ellos no tienen cuernos, ni tienen cola. Y no saben de nuestra existencia!"
¿Estaba equivocado al creer en una ciudad de oro, que se extiende en la lejanía?
Y lloró...
Y una voz muy familiar interrumpió sus pensamientos:
"Hola, amigo. Bienvenido a casa..."

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